domingo, 16 de agosto de 2009

la nueva era de la ficcionalización

La ficcionalización ejerce un papel primordial en nuestra vida cotidiana aunque no seamos conscientes de ello o aunque, incluso, pretendamos que no sea así. El tema puede defenderse desde muchas disciplinas: economía, neurobiología, política, antropología, psicología y teoría de la literatura, materia cuyas repercusiones sociales no son tenidas en cuenta porque las consecuencias de su utilidad son realizables a largo plazo. Vivimos en una sociedad de la impulsividad y de la impaciencia y se cree que, como las consecuencias no son tan tangibles como parecen ser las de la ciencia, su efectividad puede pasar desapercibida dentro del estudio humano. Pero el estudio de la literatura es conveniente socialmente. Si lo miramos desde el punto de vista de la economía, la rentabilidad del mercado cultural es incluso mayor o, en todo caso, equivalente a la industria farmacéutica. Las empresas culturales han sabido aprovechar la necesidad de un bien simbólico que ayude al hombre a autoexplicarse. Surgen muchas preguntas acerca de cómo el sector empresarial se ha dado cuenta de esto y, en cambio, el sector académico no lo ha hecho, aunque éste es otro tema que merecería un capítulo entero. Edward Said dice así respecto a este tema:

“La universidad estadounidense de finales del siglo XX –transportable a otros países del mundo occidental- ha quedado sumida en las prácticas empresariales y hasta cierto punto ha sido anexionada por los intereses militares, médicos, biotecnológicos o empresariales, que se muestran mucho más proclives a financiar proyectos en el ámbito de las ciencias naturales que en el de las humanidades. [...]
Esto efectivamente ha desviado a las humanidades de su legítima preocupación por la investigación crítica de los valores, la historia, la libertad, convirtiéndolas, según parece, en toda una fábrica de especialidades despreocupadas y repletas de verborrea, muchas de las cuales se fundan en la identidad y, con su jerga técnica y sus particulares alegatos, se dirigen únicamente a personas ya convencidas, acólitos y demás académicos”.


El problema de la autoexclusión de los estudios literarios se forja en el siglo XVIII, cuando Inmanuel Kant promulgó la contemplación desinteresada de las piezas artísticas. De este modo, la estética quedaba apartada de la ética (conclusión rebatida por Marta Nussbaum, explicado en el segundo capítulo). De ahí que la literatura quedase desvinculada de la realidad social y se delimitase al simple ámbito de la estética, es decir, del placer. Ahora hemos visto como la autonomía de la literatura se nos ha ido en contra porque se la concibe como el estudio de los fantasmagórico y ficcional. Cabe decir que aunque la literatura nazca de la ficción la vivencia de la lectura pueda hacerse más real que la misma realidad. De situaciones falsas se extrae un sentimiento verdadero. Así, con Kant se empezó a explicar el arte desde el disfrute y el placer y no desde una posible transformación y utilidad. Pero la literatura tiene utilidad. De hecho, si no fuese así en los movimientos represivos los artistas no serían los primeros buscados. “Un bolígrafo en tu mano es como en fusil en la mía”, gritaba una carcelera a una escritora egipcia presa. El empresario y el dictador saben las consecuencias que puede tener una frase bien dicha.

Si tenemos en cuenta las aportaciones antropológicas, es importante considerar que desde la prehistoria el ser humano siempre ha necesitado sustancias enteógenas para alterar químicamente su cerebro. Defiendo que la literatura ejerce la misma función que las drogas en el sentido de que ambas son medios útiles para alcanzar otros umbrales de la realidad. Ambas cultivan en efecto de magia sobre la persona, ambas responden a la afinidad ritual del hombre y, además, tienen en común la transformación del ser humano; y cuando hablamos de transformación hablamos de evolución física. Con esto quiero decir que cuando una persona penetra en nuevos estados de consciencia hay un cambio físico en el cerebro y del que se puede explicar su evolución mental. Éste es el ámbito de la neurobiología, disciplina que nos permite defender la necesidad de la ficción desde un punto de vista biológico que deja a la literatura en un lugar casi instintivo. La ficción, a efectos neuronales, se procesa en las mismas zonas que los objetos reales. El cerebro está dividido en tres zonas diferenciadas: el neocórtex, el sistema límbico y el cerebro reptiliano. Así, la creatividad humana es la manera con que el neocórtex (zona del razonamiento) puede ayudar al sistema límbico a gestionar su presente. Nos vale la aclaración de Wolfgang Iser para este aspecto aunque no hable desde la disciplina médica: “La ficcionalización es la representación formal de la creatividad humana, y como no hay límite para lo que se puede escenificar, el propio proceso creativo lleva la ficcionalidad inscrita”.

La pérdida de la concepción religiosa del hombre ha generado un vacío espiritual. Así, voy a sostener que la era actual, la era del ciberespacio y de la cibercultura, ha podido permitirse encontrar a través de la tecnología un nuevo sistema religioso basado en una prolongación del tejido neuronal del cuerpo humano. Así, sostengo que las nuevas tecnologías han conseguido proyectar lo que antiguamente le estaba destinado a la religión, la espiritualidad y el rito. Hemos vuelto a la unión mística que caracterizaba a nuestros antepasados y la estamos enfocando en el nuevo tipo de ficción: la virtualidad. Así, y para finalizar, para que el hombre penetre en este nuevo mundo necesita de unas competencias sígnicas que le ayuden a entender todos los estratos de la realidad que le rodean: el estrato mágico, el estrato real y el estrato virtual. De este modo, podemos decir que es ahora, en esta nueva era, cuando hemos conseguido alcanzar en la evolución un estado mucho más completo de información que nos permite vivir en conciencia en más de un mundo a la vez y eso nos ha ayudado a definirnos como verdaderos seres humanos.

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