martes, 31 de mayo de 2011

Recuerdos de infancia. A propósito de Infancia¸ de Coetzee

Hace pocos días cayó en mis manos el libro Infancia, de J. M. Coetzee. Tengo que admitir que esta novela ha sido mi primera incursión en el mundo coetzeeiano, por lo que mi entusiasmo primario empapará torpemente lo que sigue a continuación.

No me gustaría caer en una reseña descriptiva, considero que para resumir el argumento basta con leer las primeras palabras: «Viven en una urbanización a las afueras de Worcester, entre las vías del ferrocarril y la carretera nacional. Las calles de la urbanización tienen nombres de árboles, aunque todavía no hay árboles.» Infancia habla de la boyhood del autor, de su relación con su madre, su padre y su hermano, de las relaciones con los demás chicos del pueblo, así como con los profesores del colegio, y lo más importante: su relación con la política y la religión. Infancia es, sobre todo, un libro en el que lo político y las tensiones de lo colonial marcan en profundidad a todos los personajes, a cada cual según sus circunstancias y edades. La tirantez existente entre las múltiples elecciones identitarias que existen en la Sudáfrica de los años cincuenta deja en este Coetzee niño una densa marca.

La decisión de “ser” católico la ha tomado sin pensárselo dos veces. La primera mañana en su nueva escuela (…) se les pide a él y a otros tres chicos que esperen. “¿Cuál es tu religión?”, pregunta la profesora a cada uno de ellos. Él mira a izquierda y derecha. ¿Cuál será la respuesta correcta? ¿Entre qué religiones se puede optar? (…) Le llega el turno. “¿Cuál es tu religión?”, le pregunta la profesora. Está sudando, no sabe qué contestar. “¿Eres protestante, católico o judío?”, insiste impacientándose. “Católico”, dice él.


La novela no es más que un viaje por los dilemas étnicos y culturales de John Maxwell Coetzee, dilemas que se refugian en lo entrañable de un pensamiento aniñado, inocente, que todavía no se ha vulgarizado. La jugada es buena: la escritura de una vida vista a través de los ojos de un niño favorece una lectura mucho más íntima y fraternal; de este modo, toda disyuntiva étnica e identitaria pierde solemnidad, pero gana crueldad. Infancia es violencia y crueldad.

John y su familia viven en Worcester: un pueblo en la periferia de Ciudad del Cabo, una provincia de segunda que supone la ida a menos de la familia Coetzee y que representa en su momento una vergüenza (pues la familia al completo tuvieron que trasladarse ahí por motivos profesionales del padre). Worcester encarna un paisaje salvaje, abandonado, desolador que se construye a base de granjas desgastadas y que carga con una historia que poco tiene de nostálgica.

John asiste a la escuela del pueblo, que aglutina toda la realidad colonial de Sudáfrica. John tiene que gestionar, en esta pequeña realidad, todos los problemas étnicos, culturales y religiosos con los que se encuentra, pues debe ser capaz de definirse como un inglés o un afrikáner, como un católico, protestante o judío; todas estas elecciones van a marcar su identidad en el colegio y van a generar que lo clasifiquen en un grupo o en otro y dependiendo del grupo en el que sea adscrito su realidad va a ser una o va a ser otra. Su familia predica el ateísmo (no ha pisado una iglesia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial), mientras que en el colegio le obligan a definirse como protestante, católico o judío.

El mayo secreto de su vida en el colegio, el secreto que no le cuenta a nadie en casa, es que se ha convertido al catolicismo, que a efectos prácticos “es” católico. Le es difícil plantear el tema en casa porque su familia “no es” nada. Naturalmente son sudafricanos, pero incluso ser sudafricano es un poco vergonzoso y por tanto no se habla de ello, puesto que no todo el que vive en Sudáfrica es sudafricano, o al menos no un sudafricano decente.


Así pues, su condición como sudafricano es confusa: su familia habla inglés aunque él siente cierto aprecio por el afrikaans, en realidad de vez en cuando se atreve a bucear un poco por el idioma porque le ayuda a sentirse diferente, para él funciona como una frontera de y para sí mismo frente al mundo que le rodea. John no acaba de considerarse inglés del todo, pues su pueblo es africano, habita con gente de color y antiguos colonos holandeses; su condición como inglés se reduce a su idioma. Por otro lado, tampoco puede ser afrikáner ya que los considera violentos e intransigentes, y él no es como ellos. A esto, se le suma el desprecio general por la negritud. John sospecha que clasificarse en cualquiera de estas dos identidades va a acabar por destruir su verdadera esencia, su personalidad especial que tanto su tía abuela como su madre admiran. Esta siempre presente sensación de que él es alguien especial genera que adopte una actitud tiránica con su madre, lo que le genera un nuevo conflicto personal. En su casa es un pequeño tirano, en el colegio es el estudiante ejemplar.

Con el tiempo, la familia se traslada a Ciudad del Cabo porque su economía es demasiado precaria y es la única forma de conseguir más dinero. A lo largo del libro asistimos a un rito de iniciación simbólico, en el que John va entrando en el mundo de los adultos. Estos momentos son para él un nuevo paso fronterizo entre la inocencia y el conocimiento, el atajo directo a la culpabilidad y los oscuros deseos. «La belleza es inocencia, la inocencia es la ignorancia; la ignorancia es la ignorancia del placer; el placer es culpable; él es culpable. Ese muchacho, con su cuerpo nuevo, intacto, es inocente, pero él, gobernado por sus oscuros deseos, es culpable».

La infancia que describe Coetzee se aleja por completo de una intención bucólica ¾la novela es mucho más atrevida¾, por el contrario John es partícipe y víctima de una sociedad nacionalista, reprimida y represora y se siente solo ante tanto sufrimiento, pues el mundo de los adultos todavía lo siente alejado de sus propias convicciones y reflexiones de niño. Por otra parte, John se disputa entre un amor y un odio a su madre porque ella es la culpable de que él esté en el mundo y es la dueña de su cuerpo y su mente. Siente que, por mucho que pretenda distanciarse, existe una conexión entre ellos dos de la que no se va a poder desprender nunca y eso le hace sentirse dependiente y frágil. El incondicional amor que su madre siente por él lo obliga a despreciarla porque él no es capaz, como hijo, de alcanzar ese mismo amor. Esta distancia le genera soledad a la vez que orgullo y cae de nuevo en un enjambre cruel para él mismo. La guerra está dentro y fuera de él, no tiene escapatoria. «Lo han dejado a él solo con todos los pensamientos. ¿Cómo los guardará todos en su cabeza, todos los libros, toda la gente, todas las historias? Y si él no los recuerda, ¿quién lo hará?».

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Vida y opiniones del caballero Vila-Matas



Llevo un buen rato sin saber cómo enfrentarme a este nuevo post. Quiero explicar las múltiples sensaciones que tuve al asistir a la presentación de los últimos libros de Enrique Vila-Matas, las ideas y pensamientos que surgieron en mi cabeza mientras le escuchaba, pero «no me’n surto», como se diría en catalán, habría demasiado que abarcar y me sobrepasa en estos momentos, porque Vila-Matas es para mí infinito. Vida y opiniones:



- En el oficio de la escritura hay que ver siempre la continuidad, saber que eso que estás escribiendo sigue teniendo continuidad. Esto te permite seguir con comodidad.
- Guiarse por la intuición.
- Nunca prepararse lo que se va a escribir. Uno descubre qué quiere escribir cuando se pone a escribir.
- Las mejores ideas vienen cuando no estás preparado.
- Muchas veces, con una primera frase buena sabes que tienes una novela.
- Si ves que has escrito algo demasiado rápido, seguro que es una tontería.
- ¿Cómo se acaba un libro? Intuición.
- Las frases se entienden con el tiempo. No siempre lo que escribas va a tener sentido en ese momento, puede que lo entiendas más tarde.
- Hay que pasar a la práctica.
- Leer horoscopalmente: imponer el sentido de una frase, encontrarle el sentido aunque en un primer momento parezca que no lo tiene, sería como leer el horóscopo.
- «Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema.» (James Joyce)