domingo, 16 de agosto de 2009

Edipo: de la inevitabilidad del destino al surrealismo Pasolini

Bien es sabido que la tematología, como método de investigación dentro del campo de la literatura comparada no siempre ha recibido buenas críticas sino que durante mucho tiempo ha sido tremendamente acusada de ser un tipo de estudio demasiado abstracto para poder tener un acceso real a éste. Además, dentro del movimiento formalista y estructuralista que se fomentó a principios del siglo XX en el campo literario tuvieron cierto reparo hacia la tematología o el estudio del tema y del mito ya que consideraban que se quedaba al margen de la especificidad estética de una obra literaria, es decir, la literariedad que define un texto literario. A pesar de este oscuro pasado que experimentó el estudio de la tematología, con los años empezó a adquirir mucha más importancia y empezó a ser considerado un estudio útil a tener en cuenta. En los últimos años empieza a surgir una proliferación de los estudios temáticos. «La difundida adopción del punto de vista temática resulta vinculada a su interés constitutivo por “las relaciones que tanto los textos como los códigos mantienen con los referentes de la realidad extraliteraria”».[1]
Pero la historia de la tematología no es lo que me interesa explicar -a pesar de que sentía cierta necesidad de apuntar un breve recorrido por los problemas que han obstaculizado este tipo de investigación y demostrar que, a la larga, se hizo justicia con estos estudios-, sino que mi intención es reflexionar sobre la posición que ocupa el autor, el lector y la cultura en un tema. Porque un mismo texto puede ser interpretado de diferentes formas y asumiendo distintos temas según el contexto cultural en el que se escribe, se rescribe, se lee o se relee. Dice Anna Trocchi[2]:

Una cultura codifica y representa, simbólicamente y narrativamente, el material de la experiencia “según trayectorias típicas de una sociedad y de su ideología”.[3] […]
Los tema literarios, pues, en cuento elementos de un imaginario difundido y continuamente enriquecido, manifiestan una polisemia constitutiva que los vuelves movedizos, multiforme y sujetos a múltiples posibles lecturas interpretativas: «lo importante es destacar y precisar los múltiples significados del tema, aislar sus elementos constitutivos, definir las direcciones que toman, y finalmente poner de relieve su polivalencia
[4].

Así, nos queda claro que un estudio tematológico es aquél cuya finalidad consiste en interpretar las variaciones que puede adquirir un tema a lo largo del tiempo y como estas transformaciones son debidas a cuestiones históricas, culturales e ideológicas. Además, un estudio tematológico también puede investigar sobre cómo un mismo relato puede ir modificando con los años la perspectiva temática que le atribuyen los lectores. Y aunque estemos hablando de tema podemos hablar de mito. Un mito, cuando se traslada a un texto escrito autorial pasa a denominarse tema. Joseph Campbell define que «siempre ha sido función primaria de la mitología y del rito suplir los símbolos que hacen avanzar el espíritu humano, a fin de contrarrestar aquellas otras fantasías humanas constantes que tienden a atarlo al pasado»[5]. Un mito, como dice Mircea Eliade, es una narración y la literatura es, estando de acuerdo con Pierre Brunel, un elemento que ejerce un papel fundamental en la conservación de los mitos. Por lo tanto, tema y mito no quedan tan separados. Se alimentan mutuamente. «Cuando desaparece el sustrato religioso que lo ha producido, “el mito simbólico se convierte en […] un tema del que se apodera la literatura”[6]»[7]. Así, un mito es recuperado por la literatura y pasa a convertirse en tema móvil y flexible ya que las capacidades interpretativas del lector, influenciadas por la orientación ideológica de la época, permiten la reutilización de un material temático tradicional.

Para poner un ejemplo concreto, me gustaría plasmar en este escrito algunas (no todas) de las variaciones estructurales, formales o temáticas que ha experimentado el mito de Edipo desde la Grecia Antigua hasta la película de Pasolini. El mito de Edipo se ha hecho conocido a partir de la tragedia de Sófocles. Bajo nuestros ojos modernos, Edipo es el personaje protagonista de la tragedia de Sófocles; pero Edipo puede asumir muchos nombres y reaparecer en muchísimas historias a lo largo de los siglos y asumir, a pesar de ser el mismo mito, diferentes perspectivas temáticas. No existe un solo Edipo, hay muchos y de distintas maneras. Podemos recorrer un sinuoso y delicado camino desde el mito del Edipo tribal; al Edipo desgraciado y desventurado de la tragedia griega y romana, pasando desde Sófocles, Eurípides, Esquilo y Séneca; no olvidar el Edipo medieval; y más tarde, en la época moderna, Voltaire y Emmanuele Tesauro resucitan en forma de drama nuestro querido Edipo. Son muchos los Edipos que escriben nuestra historia, nuestra literatura, nuestra cultura, nuestra psicología y muchos son los Edipos que configuran una temática clásica y la transforman en un tema-personaje moderno.
El mito edípico llega en forma de relato, luego los griegos lo transformarán en teatro; así, los trágicos griegos con este mito de orígenes inciertos otorgarán a los personajes una mayor profundidad y complejidad, los harán atormentados, desventurados, desgraciados, sometidos a la tristeza del destino y así los convertirán en personajes plenamente modernos. Sófocles modeló a este personaje, le otorga un drama interior, habló del horror de la verdad, del atormentador destino, del abismo que recorre Edipo desde el desvelamiento de su verdad.
Sófocles recibe influencias para escribir su obra Edipo rey. Al parecer, los personajes de la obra ya se encuentran citados de forma menos llamativa en la Odisea, en el canto XI. Odiseo quiere interrogar a los muertos y va a desfilar en el prado del Hades y encuentra una serie de heroínas del pasado. Aparece Epicasta, la madre de Edipo (aquí no se llama Yocasta, sino Epicasta). Aquí vemos repetido el incesto y el parricidio, y también el suicidio de Yocasta (en este caso Epicasta[8]). Pero el punto de disonancia entre el mito homérico y el sofocleo es que, en el primer caso, Edipo no marcha al exilio, sino que sigue reinando en Tebas a pesar de la desgracia y de la vergüenza. Es posible que el cegamiento de Edipo sea cosa de Sófocles y así le otorga al personaje un destino trágico y una mayor sensibilidad a su desgracia. Otra diferencia que se marca entre Homero y Sófocles es que en el relato homérico los hijos de Edipo no lo abandonan a su suerte sino que se ocupan con honores a su sepultura, típico de una familia aristocrática que no tiene porque avergonzarse de sus actos y no tienen porqué esconder el parricidio y el incesto. En el Edipo épico se transmite la inevitabilidad del destino y cómo la función del hombre es aceptar éste tal y como viene porque es lo que cada uno de nosotros tiene al nacer. Para Homero los hechos que le suceden a Edipo provienen del capricho del destino. Sófocles cree (y acentúa esta visión en Edipo en Colono) que Edipo es un ser contaminado que no merece la permanencia del trono y además, merece quitarse la visión por todo lo que no fue capaz de ver en su momento. Sófocles aumenta en Edipo rey el peso de la culpa y el remordimiento y muestra al protagonista como un ser demasiado ingenuo que no supo ver la verdad cuando la tenía que ver.
En en Edipo de Séneca, los hijos de Edipo, que son la última generación de una lepra moral, vuelven a experimentar las culpas y el remordimiento del padre y del abuelo. Muestra a un Edipo tirano, que recibe influencia directa de Nerón. Se muestra, además, a una Yocasta digna y con una inquebrantable fuerza moral, sintiéndose cómplice de los crímenes de su hijo. Séneca convierte a Yocasta en una heroína estoica y así contrasta con la inocencia e ingenuidad de su hijo Edipo. Este autor romano anuncia la imposibilidad de luchar contra el hado, que se presenta como una fuerza ineluctable.
La Tebaida de Estacio refiere la historia de unos hombres pertenecientes a la misma familia, que por haber ofendido a los dioses acaban recibiendo el castigo merecido por parte de Júpiter (Zeus). Auque el personaje sobre el que gravita toda la culpa es Edipo, Zeus es presentado como un dios justiciero y castigador, y así Edipo expía todas sus culpas con un castigo impuesto y merecido. En la escena de la necromancia, Layo recuerda al hijo que hendió la espada en el cuerpo de su padre e hizo padecer a su madre la terrible prueba de un amor incestuoso. Edipo tiene que purgarse de las culpas con un doloroso castigo: se arranca las órbitas de los ojos.
Verdaderamente, podríamos dedicar páginas y páginas a todas aquellas obras desde Grecia hasta la actualidad que han tratado el mito de Edipo y que han ofrecido diferentes variantes interesantes que han transformado el material temático de los textos. Pero tengo que recordar, a estas alturas, que se trata de un recorrido muy rápido y que pretende demostrar cómo un mismo mito puede ser interpretado de muchas formas diversas en la escritura y en la lectura del mismo modo que cambia la historia.
La tragedia de Corneille representa un cambio en el tratamiento teatral del mito de Edipo porque moderniza la trama haciendo más presente el tema amoroso entre Dirce, hija ilegítima de Layo y Yocasta, y Teseo, quien le corresponde en su amor. El drama concluye de esta forma: Edipo se autolegitima en el poder al descubrir la verdad de su sangre porque no era posible que un dramaturgo canónico como Corneille presentase a un rey humillado y expulsado al exilio dentro de la monarquía de Luis XIV. Corneille usa de la tradición una obra original que está, a su vez, destinada a convertirse en clásica, e intenta conseguir un modelo para los cánones del nuevo lenguaje trágico. En este caso, encontramos un primer intento de mitigar la fuerza implacable del destino y se da a Edipo una categoría de hombre valeroso, esforzándose por salvaguardar las leyes de la ciudad y justificando cómo sus virtudes son fruto de su propia voluntad. Edipo es mostrado como el dueño de su propio destino y queda enaltecido para el espectador. De hecho, incluso desafía la tiranía de los dioses. Aclarar, además, que en la obra de Corneille el cegamiento de Edipo no tiene función de autocastigo, sino que es una forma de mostrar su virtud y su fuerza moral. De Corneille se extrae una cierta analogía entre Heracles y Edipo, mostrando a éste último como un hombre valiente y ansioso de aventuras.
En el siglo XVIII, destacar la versión de principios de siglo de Voltaire, con su obra Oedipe. Voltaire hace más compleja la trama y culpabiliza a los dioses de toda la desdichada vida de Edipo. Ofrece una imagen totalmente negativa de los dioses. Voltaire recupera el oráculo que Corneille había extraído de la trama y muestra a un Edipo luchador contra su destino, el impuesto por los dioses, en contra de la visión que ofrece Sófocles. Yocasta, por otra parte, se presenta como total defensora de su hijo, cuyas acusaciones se originaron todas desde la equivocación y la inconsciencia. Edipo no admite la responsabilidad de sus actos y culpabiliza, así, a los dioses, quienes le han precipitado a la desdicha.
El siglo XIX, en pleno prerromanticismo y romanticismo, se destaca muchísimo más la historia de Antígona, hija de Edipo, y éste que había sido protagonista del mito desde la Antigua Grecia queda relevado a un segundo plano.

Para acabar con este rápido recorrido por la evolución del mito de Edipo, comentar la aportación de Hugo von Hoffmansthal cuando escribe su obra Edipo y la Esfinge (Oidipus und die Sphinx) en el 1904 en forma de drama en tres actos. Este autor hace mover la trama de forma completamente inversa de como lo hace Sófocles: ya no se trata de un rey en busca de sus orígenes como en la tragedia de Sófocles, sino que el joven mata al padre, derrota a la Esfinge, lucha contra Creonte por el poder y finalmente es aclamado por los tebanos como su soberano casi, digamos, sin la voluntad de Edipo. El primer acto reproduce la matanza de Layo en el cruce de caminos y la obra concluye con la boda de Yocasta y Edipo con un incesto consciente ya que la reina está enamorada del recuerdo de su niño que un día abandonó.

La máquina infernal, de Jean Cocteau, es una obra teatral donde se refleja cómo los personajes del mito quedan atrapados en el destino en un sentido onírico y surrealista. Todos los personajes presentan un vacío existencial, viven en un estado de pasividad y se sienten presos de las rejas del destino. Se trate de personajes inmovilizados por las garras del hado. A pesar de que intentan luchar ante esta condición, todo está prefijado de antemano y su única acción posible es la aceptación del inexorable destino. Layo aparece como un fantasma, fruto de las influencias de Séneca, Corneille y la Tebaida de Estacio. La diferencia es que aquí el fantasma carece de plena libertad, pretende advertir a Yocasta del peligro que le va a acontecer pero este mensaje nunca llegará. La Esfinge, además, aparece como un personaje muy diferente al de Sófocles: junto al perro Anubis, el dios egipcio de la muerte, la Esfinge está cansada de matar y ella misma es quien revela a Edipo la solución del enigma porque se ha encaprichado de él.

Por el contrario, en el Oepide de André Gide, se sigue básicamente la trama de Sófocles pero le otorga a Edipo una posición de pasotismo e indiferencia frente al incesto y a la idea de tener dos hijos como hermanos. Se trata de un provocador pero un hombre capaz de aceptar cualquier situación que le depare el destino. A pesar de ello, se representa de todas formas el cegamiento de Edipo y su autoexpulsión de la ciudad. Gide quiere simbolizar con esta obra el individualismo y la derrota de la autosuficiencia de quien cree que puede arreglárselas por sí mismo.

Para finalizar a pesar de que podríamos enumerar muchísimas obras más, cabe destacar la participación cinematográfica de Pier Pablo Pasolini con su obra Edipo Rey, rodada en 1967. Pasolini ofrece una obra onírica pero con referencias autobiográficas, donde, a través de Edipo, el autor habla de sí mismo. Se trata de una película desarrollada en una época arcaica pero atemporal. La obra deja de lado el parricidio y se centra en la relación erótica de Edipo y Yocasta, tratándolo desde un punto de vista puramente sensual y morboso e incluso violento.

Así, después de mostrar algunas de las modulaciones de la interpretación del mito de Edipo en la movediza historia de las formas literarias, me gustaría abrir una reflexión: ¿puede un mito ser autónomo y libre de interpretaciones ideológicas, históricas o psicológicas? En mi opinión, queda claro que un tema no puede restar inmóvil desde el momento de su concepción porque hay lectores que pertenecen a una época y estos lectores históricos transforman la temática consciente o inconscientemente.

[1] TROCCHI, Anna,«La tematología definición, historia y funciones»
[2] TROCCHI, Anna,«La tematología definición, historia y funciones»
[3] Cl Cazalé Berard, «Propositions pour une approche de la thématique dans l’intratextualité et l’extratextualité» en Sirumenli critici. Extraído del texto TROCCHI, Anna,«La tematología definición, historia y funciones»
[4] TROUSSON, R. «Préface a la seconde édition», en Le théme de Prométhée
[5] CAMPBELL, J. El héroe de las mil caras.
[6] TROUSSON, R. Le théme de Prométhée
[7] TROCCHI, Anna,«La tematología definición, historia y funciones»

[8] Es típico de la tradición mítica que un mismo personaje comparezca con otros nombres.

3 comentarios:

  1. No estoy de acuerdo con el siguiente párrafo:

    “En Siete contra Tebas, los hijos de Edipo, que son la última generación de una lepra moral, vuelven a experimentar las culpas y el remordimiento del padre y del abuelo. Muestra a un Edipo tirano, que recibe influencia directa de Nerón”.

    En efecto, es imposible que “Los Siete contra Tebas” de Esquilo recibiesen alguna influencia del monstruo y Emperador degenerado Nerón, porque, cuando Esquilo escribió su excelente tragedia, aún faltaban bastantes siglos para que viese la luz el maldito Nerón. Hay que tener siempre en cuenta que la Cultura Griega precede bastante a la Cultura Romana.

    Por lo demás, el texto me parece excelente y es impecable en su redacción.

    Un cordial saludo,

    ANTONIO

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Antonio, por tu corrección. He mejorado un poco la redacción para que se entendiera bien que en ese párrafo no se habla de Esquilo si no de Séneca que, evidentemente, es romano.

    Muchas Gracias

    Daniela Poch

    ResponderEliminar