jueves, 14 de enero de 2010

Levantar la mano sobre uno mismo, de Jean Améry


¿Existe verdaderamente una diferencia entre la muerte natural y la muerte no-natural? Según la teoría de Jean Améry, la muerte puede reprimirse pero no puede aceptarse. La verdadera aceptación no existe. Es por eso que la lógica de la muerte siempre va a responder a una antinaturalidad; la muerte nunca podrá ser concebida desde parámetros reales porque está más allá de la lógica y el pensamiento habitual. Vulnera la razón y la vida, por eso es antinatural. Cabe la pregunta, entonces, de qué entendemos por muerte natural, es decir, si concebimos que la muerte sólo debe ser natural (porque responde a las leyes de la naturaleza), suponemos que el suicidio representa, entonces, una muerte no-natural, una muerte provocada.
Así, una muerte natural, como ya he apuntado, significa una muerte que responde a las normas de la naturaleza, es decir, es la muerte que llega, que achaca, que destruye por causa y razón de unas leyes que son amas de nuestra existencia y que el hombre debe aceptar irremediablemente. Pero hay que pensar en otras leyes creadas por la sociedad, y que han promulgado (al menos en occidente) un rechazo absoluto al suicidio. Provienen, en primer lugar, del Cristianismo, donde el suicidio supone un acto profundamente inmoral y, por lo tanto, es calificado de pecado; en segundo (y ya nos lo viene demostrando el camino histórico que llevamos recorrido hasta ahora), tenemos un apego brutal al instinto de conservación de la especie.

Así pues, la sociedad se ha encargado y se sigue encargando de que el término natural pase a considerarse como sinónimo de «normal», por lo tanto, la muerte se convierte en norma. Esto quiere decir que existe una clasificación según la normalidad de las diferentes muertes naturales que achacan al ser humano, y de esta clasificación nace el pecador, nace el cobarde y nace el valiente. Digamos, entonces, que la muerte natural acaba siendo propiedad de un lenguaje cotidiano. Hay que pensar, y se me permite un poco de cinismo, que, evidentemente, no conviene hacerle mucho marketing al suicidio porque, está claro, somos víctimas de una organización social que tiene que garantizar la supervivencia de un sistema productivo eficaz.

Con el suicidio, la cuestión de la naturaleza recibe una extensión nueva. Améry nos habla del échec, lo que equivale al Spleen de Baudelaire o la náusea de Sartre. El hastío de existir, la náusea, es uno de los estados fundamentales del ser humano. Para el autor, el échec es la amenaza latente de toda existencia, es la vacuidad, es lo irreversible del fracaso total. El suicidio asume un papel honroso: afirma la libertad de rechazar el échec. «Ser normal significa superar el échec, y la sociedad aplaude al buen hombre que no se dejó asustar». El suicidante, entonces, siente la brutal vergüenza de no haberlo soportado como los demás lo han hecho. Según las normas sociales, será entonces la excepción, será aquel que no lo soportó, que se dejó asustar, será el cobarde que no afrontó, que no aceptó la existencia tal y como es. La sociedad juzga de valiente a quien ha aceptado la vida. El suicidio siempre será deshonroso.

4 comentarios:

  1. Daniela,

    Vamos a ver lo que pasa con Levantar la mano sobre uno mismo de Jean Améry. Creo que lo que has hecho es una buena reseña del libro, exponiéndonos las tesis y las dudas del autor, a las que de forma sutil añades las tuyas propias. El tema es muy difícil; no se puede hablar de la muerte y el suicidio así a la primera, motivo por el cual yo tampoco me voy a arriesgar demasiado en exponer tesis u opiniones que puedan ser fácilmente rebatidas por cualquiera.

    Yo creo que la muerte no es antinatural, sino que es el final del proceso de la vida, que es inevitable. La Vida, por sí misma, tiende a perpetuarse, y en este sentido no contempla la muerte como una finalidad, ni siquiera como un término al que llegar. Esa idea permanece en la esencia de la Vida, sin que la Vida participe de ella. Es como si la Vida tuviera su propio inconsciente, al que no tiene en cuenta a la hora de perpetuarse y a ser vivida, aunque esto suene a redundancia. Lo esencial de la Vida es la Vida misma.

    La aparición de la idea del suicidio en la mente humana, porque los actos principales siempre han sido antes ideas, es una aberración, no de la Vida, sino de los sujetos de la Vida que llamamos humanos. Eso sucede cuando hay algún defecto genético, que, en definitiva, no es otra cosa que una degeneración del cuerpo que sustenta la Vida. A eso se le llama enfermedad.

    No se conoce a ninguna especie animal, salvo la humana, ni siquiera ninguna especie viva, aunque no sea del género animal, es decir, ninguna especie vegetal que de forma voluntaria tienda al suicidio, al quitarse de en medio: el instinto de Supervivencia del Individuo se sobrepone y anula, si es necesario, todos los demás. Es lo más primigenio y lo más esencial.

    De ello tengo que deducir que, si el concepto de Suicidio aparece sobretodo en el Pensamiento Occidental, en la forma que sea, como ejercicio práctico de quitarse la Vida, o como ejercicio teórico lanzando teorías como La Náusea, sin que sea Sastre el único que hace referencia a ella, es porque el proceso de La Cultura y La Civilización, por lo menos en Occidente, representa una Decadencia y una Degeneración de los instintos más primigenios y originarios de nuestra esencia animal. Quiero con ello decir que puede darse el caso de que lo que generalmente se llama Progreso en nuestra forma de pensar sea realmente todo lo contrario, es decir, un Retroceso.

    Finalizo con una pregunta: ¿Podemos estar seguros de que llevamos mejor vida y estamos en mejores condiciones que los animales que viven en la selva, en plena Libertad, rigiéndose exclusivamente por los Instintos que les son inherentes?

    Recibe, Daniela, mi felicitación por tu reflexión atinada, y también todo mi afecto.

    Antonio Martín Ortiz

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  2. Existe la muerte del Yo, la pérdida de identidad; no la muerte en sí.

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  3. Es muy intersante lo que comenta jesús , Es un gran realidad.

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