domingo, 16 de agosto de 2009

La imagen y el otro

Los blancos se encuentran en el centro de cualquier significación, de cualquier historia, de toda cultura, y los negros tenían que ser creados a imagen y semejanza porque se habían quedado estancados en un bucle de salvajismo y animalismo que sólo ellos podían solventar como grandes héroes. Las corrientes críticas que surgieron hace veinte años cuestionan esta supremacía del centro e intentan demostrar cómo el blanco no puede definirse sin el negro, es decir, el blanco era único y constituía una estructura céntrica ajena a la estructuralidad. Con esto quiero reivindicar cómo la principal función de la colonización fue destruir toda posible rebeldía, cultura nacional de la periferia e invadirla con las ideas del centro, es decir, la cultura blanca, occidental, rica. Fue una aniquilación en toda regla, una expansión que no sólo atraía consecuencias económicas y políticas, sino que su principal intención fue concebir un imperialismo cultural. Así, una vez libres, «las bocas se abrieron solas; las voces, amarillas, negras, seguían hablando de nuestro humanismo, pero fue para reprocharnos nuestra inhumanidad». Los colonizadores europeos marcaban una idea sobre lo que era ser negro, chino, árabe… y borraban la verdadera historia que definía a estas culturas.

"De niño fui víctima de lo pintoresco: se hizo lo posible para hacer temibles a los chinos. […] En el mundo que me rodeaba había cosas y animales que se llamaban, sin excepción, chinas: eran menudas y terribles, se deslizaban entre los dedos, atacaban por detrás, estallaban de repente con absurdo estruendo […]. También había el alma china que según se decía, era impenetrable."[1]

Así, nace la Idea China, la Idea Negra, la Idea Árabe. Son pueblos aniquilados que, cuando tienen la oportunidad, resurgen y piden auxilio a su historia, piden a su historia que vuelva sin heridas. Los poetas negros trataron de explicarnos que nuestros valores fueron impuestos, que ellos fueron coaccionados a sentir, a vivir, una cultura que no les pertenecía, que no se ajustaba a la verdad de su vida. Los colonizadores usaban la idea universal para fomentar el racismo. «Eso quería decir, más o menos: ustedes nos han convertido en monstruos, su humanismo pretende que somos universales y sus prácticas racistas nos particularizan» remarca Sartre en el prólogo, «La violencia colonial no se propone sólo como finalidad mantener en actitud respetuosa a los hombres sometidos, trata de deshumanizarlos. Nada será ahorrado para liquidar sus tradiciones, para sustituir sus lenguas por las nuestras, para destruir su cultura sin darles la nuestra», sigue Sartre. María Lugones apunta:

"El concepto de personalidad dual es un intento mortífero y a la vez amoroso por convertir la raza en un conjunto de hermosos zombis: un intento por erradicar la posibilidad de una conciencia mestizo/a, de infundirnos de posibilidades a partir de esta conciencia y de movernos de lo tradicional a formas híbridas de creación."[2]

María Lugones habla en nombre de la cultura mexicana dentro de los territorios americanos pero la base es absolutamente aplicable en el ámbito del orientalismo. Los colonizados son equiparables a las personas mestizas, que viven divididos entre dos culturas diferentes, dos culturas nacionales y nacionalistas que provocan, en muchos casos, personalidades duales. Estas personas tiene dos culturas a las que agarrarse pero, en el fondo, no pertenece a ninguna de ellas del todo.

Pero volvamos al colonialismo. El dominio colonial no dejó nada en manos del azar. El resultado global buscado por los europeos era convencer a los indígenas de que ellos vendrían para salvarles de las tinieblas, de la noche, que su partida provocaría la vuelta a la barbarie, a la animalización. Fanon usa una buena metáfora:

"El colonialismo […] pretendía ser percibido como una madre que impide sin cesar a un niño fundamentalmente perverso caer en el suicidio, dar rienda suelta a sus instintos maléficos. La madre colonial defiende al niño contra sí mismo, contra su yo, contra su fisiología, su biología, su desgracia ontológica."[3]

Entonces surge la figura del intelectual colonizado al que va destinada esta reseña: este individuo lucha por aportar pruebas, acepta desnudar su alma y darse a conocer y, en su conjunto, representar a su cultura: la cultura negra. «Está condenado a esa sumersión en las entrañas de su pueblo», continúa Fanon. En la anterior línea he escrito expresamente «la cultura negra», y eso es porque -estoy profundamente de acuerdo con las teorías de Fanon- el intelectual colonizado, que pretende desprenderse y machacar las mentiras colonialistas, hablará en nombre de cultura continental. La cultura arrancada del pasado no es la de su país sino la de su continente. El poeta o el pintor africano colonizado, que ha partido de la cultura occidental y que decide proclamar la existencia de una historia anterior a las «tinieblas» -como dirían los europeos-, no hablará nunca en nombre de Angola o Ghana. La cultura que se afirma es la cultura africana. Así lo escribe Fanon:

"El negro, que jamás ha sido tan negro como desde que fue dominado por el blanco, cuando decide probar su cultura, hacer cultura, comprende que la historia le impone un terreno preciso, que la historia le indica una vía precisa y que tiene que manifestar una cultura negra.
Y es verdad que los grandes responsables de esa racialización del pensamiento, o al menos de los pasos que dará el pensamiento, son y siguen siendo los europeos que no han dejado de oponer la cultura blanca a las demás inculturas."
[4]

Y aquí empezamos, entonces, a introducir el concepto de «negritud». Así como la aniquilación colonial se promulgaba en una escala continental, lo mismo sucede con la respuesta del colonizado. En África, la literatura colonizada de los últimos años -después de la colonización y las primeras devastadoras consecuencias económicas y políticas- no es una literatura nacional, sino una literatura de negros. «La “negritud” era la antítesis afectiva si no lógica de ese insulto que el hombre blanco hacía a la humanidad», defiende Fanon. Así pues, las voces que se van a unir a la causa negra van a ser supracontinentales y van a ir más allá del continente africano. Los cantores de la negritud no vacilarán en trascender los límites del Continente. Desde América nuevas voces negras se van a integrar en la misión de la recuperación identitaria de la raza. Se habla de un «mundo negro» que pretende establecer lazos comunes y líneas de fuerza hermanas. A pesar de esta aparente unión social, cultura unitaria y voces que gritan al unísono, tanto con el ejemplo del continente africano como con el mundo árabe, Sartre argumenta de forma muy clara que «la unidad del Tercer Mundo no está hecha: es una empresa en vías de realizarse, que ha de pasar en cada país, tanto después como antes de la independencia, por la unión de todos los colonizados bajo el mando de la clase campesina». Bien puede parecer una respuesta marxista al problema de estos países -bien puede parecer la típica bonita utopía, si nos ponemos en términos infantiles-, pero cierto es que el sistema burgués «artesanal» tampoco está causando el efecto que cualquier persona desearía.

Recuperando el concepto de «negritud», me gustaría comentar la equivalencia inocente de este término con la idea de universalidad. Es, si nos ponemos simplistas, claramente un movimiento con una tendencia universal -dentro, evidentemente de las barreras de una raza-, una reivindicación que empieza siendo local, sigue por las ramas del dominio continental y acaba por exigir un pensamiento abierto a la humanidad negra. De todas formas, más allá de las reflexiones en el ámbito espacial, es elemental otorgar al movimiento de la «negritud» el importante papel -seguramente obvio pero importante- de dar voz a «los sin voz». Toda esta evolución de la raza negra los convierte, directamente, en personas, personas que han abandonado el salvaje estado de animalización para poder adquirir un lenguaje, además de traspasarlo más allá de las fronteras locales, continentales y supranacionales pero sin abandonar la racialidad de sus palabras y de sus actos. No cabe olvidar que la principal intención de los pueblos colonizados es recuperar esa historia y esa cultura perdida por la imposición occidental de la «verdadera» cultura.
Una vez expuestas las ideas de Sartre sobre el movimiento de la negritud, la conocida e imprescindible obra de Edward Said, Orientalismo (para dejar de lado el tema de la negritud, que mucho tiene que ver con las ideas de Said y todo el movimiento crítico postcolonialista) nos hace mucho uso a la hora de reflexionar sobre los persistentes y sutiles prejuicios eurocéntricos contra los pueblos árabes-islámicos y su cultura. Argumenta que una larga tradición de imágenes falsas y romantizadas de Asia y el Medio Oriente en la cultura occidental han servido de justificación implícita a las ambiciones coloniales e imperiales de Europa y Estados Unidos.
"Oriente no es solo el vecino inmediato de Europa, es también la región en la que Europa ha creado sus colonias más grandes, ricas y antiguas, es la fuente de sus civilizaciones y sus lenguas, su contrincante cultural y una de sus imágenes más profundas y repetidas de lo Otro. Además, Oriente ha servido para que Europa (u Occidente) se defina en contraposición a su imagen, su idea, su personalidad y su experiencia."[5]
Esto responde a la idea expuesta al inicio de esta escrito sobre la imposición del centro y la periferia, tratada inteligentemente por Jacques Derrida. Hay un centro impuesto, una cultura que se presupone superior, la cultura blanca, occidental, rica, masculina, etc., que envía a las «otras» a una categoría de inferioridad. El orientalismo es un entramado absolutamente necesario para el discurso occidental porque es el signo del poder europeo-atlántico sobre Oriente. «Oriente era casi una invención europea», dice Said.
[1] SARTRE, Jean-Paul, «Retratto del colonizado precedido del Retrato del colonizador de Albert Memmi» en, Situations v Colonialismo y neocolonialismo. Losada, Buenos Aires: 1965. Pg. 7-8
[2] LUGONES, María, «Pureza, impureza y separación». Universidad de Nueva York, Binghamton
[3] FANON, Frantz, Los condenados de la tierra. Colección popular/tiempo presente, 1963. Pg.192
[4] Ibid, Pg. 193-194
[5] SAID, Edward, Orientalismo. Debate: 2002.

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