domingo, 16 de agosto de 2009

El nuevo héroe

«Hoy por hoy ya sabemos que traducir es mucho más que trasladar palabras de un idioma a otro. Quien traduce lleva a cabo un impresionante ejercicio de transmisión cultural que conlleva gran responsabilidad»: así empieza Dora Sales su artículo «La relevancia de la documentación en teoría literaria y literatura para los estudios de traducción». Pero esta afirmación me hace reflexionar acerca de si, a lo mejor, debemos cambiar las palabras ‘transmisión cultural’ por ‘enriquecimiento cultural’. Posturas más conservadoras ven la traducción como una amenaza para el texto original que se está traduciendo y no conciben que esta disciplina pueda llevar a cabo un proceso de enriquecimiento cultural. Ambas posturas son igualmente respetables, pero hay que considerar que la evolución de la traducción ha llegado a un punto en el que pierde sentido mantenerse obtuso en una idea conservadora. Hoy en día, las traducciones están al mismo nivel que la obra original y eso se debe a la apertura de la literatura comparada hacia otras poéticas que no son sólo europeas. «En cuanto la literatura comparada, trató de comparar poéticas diferentes, y no únicamente variantes de la poética europea en su evolución histórica; no pudo evitar tener que enfrentarse a la traducción», dice Lefevere en el artículo «La literatura comparada y la traducción».[1] Los estudios de traducción han estado siempre supeditados a la abeja reina de la literatura comparada y, hasta ahora, no había dejado de ser una sombra de ésta.

La traducción, sus orígenes, consistía en trasladar una palabra de un idioma a la misma palabra de otro idioma. La Biblia, que era la palabra de Dios, no podía ser traducida de otra manera que palabra por palabra. Lo mismo pasaba con todas las demás obras, que funcionaban de la misma manera como funcionaba la palabra de Dios; sólo hay que cambiar Dios por autor (Autor). Para lo que estaba educada (puede incluso que domesticada) la traducción era para que los textos sacralizados llegaran aún más lejos, tal y como servía la crítica a las obras literarias. La diferencia, y ésta es una idea extraída de Lefevere, entre la crítica y la traducción es que ésta última ha sido víctima de grandes desconfianzas que la han mantenido subyugada a otros estudios. Ha sido como el hermano pequeño maltratado por el mayor y sin poder recurrir a ningún tutor. En el ámbito de la crítica, en cambio, no se había percibido (o no se ha popularizado, mejor dicho) la idea de que ésta, como la traducción, también reescribe un texto bajo el servicio de una ideología y de alguna poética. «Los críticos pueden ser vistos, e incluso reverenciados, como figuras sacerdotales que interpretan el texto sagrado», apunta Lefevere. El estudioso remarca la importancia de aquellos factores que influyen en la traducción: la ideología del traductor y la poética dominante en la literatura receptora, nombrados en las líneas anteriores. «La ideología dicta la estrategia básica que el traductor va a utilizar, y por tanto también dicta las soluciones a problemas relacionados tanto con el “universo de discurso” del original (…) como en la lengua en la que está escrito el original».[2] Es cierto que la traducción ha funcionado en muchos casos como una estrategia de manipulación política e ideológica y, de esta forma, se proyecto en la cultura receptora una imagen concreta del país al autor al que se está traduciendo y/o adaptando. Pero no sólo la traducción ha ejercido este papel manipulador, también la disciplina de la literatura comparada ha sido víctima de esta obligada imagen exterior. Lefevere habla de un caso práctico: la obra de Lisístrata, de Aristófanes. En este caso práctico demuestra, sin más explicación necesaria, cómo «la mayor parte de los traductores han intentado hacer que la Lisístrata se ajuste a su ideología utilizando todo tipo de técnicas de manipulación»: un ejemplo es el modo en que algunos traductores añaden de la obra original nuevos párrafos para airear sus puntos de vista. El propia Seldes añadió un fragmento, originalmente inexistente, al coro. Muchas veces la pregunta pasa a ser si la traducción de una obra debería recibir realmente el nombre de traducción o debería catalogarse como adaptación, ¿es una adaptación una traducción o a la inversa, o tienen que mantener ciertas diferencias? Otra forma de manipulación que se ha ejercido en la obra del autor griego es la casi abolición del personaje más malvado, siendo así mencionado sólo de pasada.

Desde el lado de la poética, la traducción también, según Lefevere, la traducción asume estrategias de manipulación: lo que el traductor debe hacer en el caso de la traducción o adaptación de la obra de Aristófanes es dejar remarcado que el autor griego sólo podía escribir como lo hacía porque era ésa la poética del momento, así que el traductor se encarga de dejar entrever que Aristófanes podía haber querido pero no le dejaron. Con esto, Lefevere quiere decir que siempre se necesita dar una explicación sobre porqué el autor griego trata el sexo y la violencia de la forma en que lo hace:

Maine escribió que la indecencia de Aristófanes “se debe en parte a la supervivencia en los festivales de Dioniso de las formas primitivas de culto y en parte a la franqueza simple y abierta de los griegos sobre temas que el gusto moderno nunca menciona”. Este tipo de afirmaciones convierte a Aristófanes en una especie de “noble salvaje” para hacerle más aceptable a los ojos de la cultura receptora, confirmando sutilmente la visión que esa cultura tiene de sí misma como superior a la mayoría, si no a todas las demás. Veinticinco años después, Way señala que “estos chistes licenciosos eran parte de la tradición del teatro. Tenían el beneplácito de la prescripción inmemorial”. [3]

Otra forma de ver este tipo de traducciones es entenderlas como una adecuación a un formato contemporáneo; esta teoría responde a las nuevas formas de asumir el papel de la traducción en el mundo literario. Hay estudiosos que agradecen a la traducción parte de nuestro conocimiento literario, parte de nuestro enriquecimiento personal. Creen que deben devolverle a la traducción todos los favores que nos ha hecho, incluso desde el inframundo en el que ha vivido; tras un pacto de paz podrán empezar a ver con claridad qué es lo que realmente han conseguido los estudios de traducción. Los testimonios de Walter Benjamín, Octavio Paz y Leopoldo Mª Panero son claros defensores de esta visión, mucho más transgresora, de la traducción. Ellos agradecen la apuesta creativa que la traducción lleva a cabo con la obra original. Asumiendo que una lectura de un texto ya es una traducción, no es de extrañar que estos pensadores, escritores y traductores involucren su actividad dentro del campo artístico. Ya hemos visto cómo la traducción siempre ha estado subyugada a un texto original, supuestamente superior a la traducción. La hipótesis que abren estos autores es que toda obra siempre está abierta, las lecturas son ilimitadas y una traducción es una de las lecturas posibles; es más, la traducción servil no es una traducción. Octavio Paz afirma:

La traducción literal que en español llamamos, significativamente, servil. No digo que la traducción literal sea imposible, sino que no es una traducción… [Es] algo más cerca del diccionario que de la traducción, que es siempre una operación literaria. En los últimos años, debido tal vez al imperialismo de la lingüística, se tiende a minimizar la naturaleza eminentemente literaria de la traducción. […] La traducción es indistinguible, muchas veces, de la creación… [la traducción de un original] no es tanto su copia como su transmutación.[4]

Así pues, cuando aceptamos que toda obra es abierta a cualquier lectura, que, como dice Leopoldo Mª Panero, «toda obra es una Grieta para la que cabe cualquier interpretación: y que sólo por ello es posible la traducción». Sigue Panero: «La Perversión, pues, trabaja en esa Grieta del texto: pero no para agrietarlo, sino precisamente para rellenarlo, perfeccionar, terminar el texto original».[5]

Leopoldo Mª Panero sostiene la teoría moderna de que sólo por la sencilla razón de que existe la lectura abierta la traducción es posible. Si la obra estuviera cerrada no habría posibilidad de salir del original: la traducción no sería posible porque no habría multiplicidad de sentidos. Octavio Paz defiende que «la traducción implica una transformación del original». Esto se ve claramente en la obra Through the Looking Glass de Lewis Carroll y en la traducción efectuada por Ramon Buckley para la edición de Manuel Garrido para Cátedra. La dificultad más importante que existe a la hora de realizar la traducción de las obras de Carroll proviene de dos razones principales: la primera de ellas tiene que ver con la multiplicidad de sentidos que puede asumir la obra del autor inglés; la segunda de ellas es el juego de lenguaje que se hace imposible traducir a un idioma porque son juegos absolutamente propios del inglés, un juego del lenguaje que implica, en algunas ocasiones, incluso la invención de palabras.
Podemos defender que, claramente, en muchas ocasiones, la traducción lleva a cabo una importante faena de creación y creatividad. El traductor Ramón Buckley tuvo que, tal y como hizo Lewis Carroll, inventarse las palabras porque la traducción fiel es imposible. Y, de hecho, no es nada negativo que la traducción sea pura interpretación, es una ganancia absolutamente interesante para la evolución de la literatura.

¿Debemos hablar de manipulación o de favorecimiento del desarrollo de ciertas culturas y literaturas? Como he dicho, hoy en día no tiene sentido subestimar el trabajo de la traducción ni separarla del oficio de la crítica. El traductor es un lector como lo es cualquiera de nosotros. La traducción permite una triplicación de una obra literaria. Tenemos la versión del autor, la versión del traductor y la versión del lector. Cuando de una obra nacen tres, ¿de qué estamos hablando: de pérdida o de ganancia? No es una pregunta que yo pueda responder fácilmente, pero lo que sí sé es que hoy en día puede ser más un logro que una desventaja.

Hay que pensar que, en la actualidad, el traductor que no es aquél que traduce palabra por palabra, como he comentado anteriormente, sino que es aquél que actualiza un texto, una obra literaria, a un contexto temporal, espacial, cultural, social, etc. para que pueda entenderse incluso mejor que con la arcaica técnica de palabra por palabra. El traductor facilita la tarea para que un lector pueda adueñarse de esa pieza literaria y la inserte en su contexto. La traducción funciona como una eterna reconstrucción de las obras literarias y hace que el tiempo no pase y una obra siempre pueda ser leída.

Me viene a la mente el caso de, para poner un ejemplo representativo, Haruki Murakami, escritor japonés de best-sellers, cuyas obras han sido traducidas en varios países de Occidente. Seguramente, Murakami no habría conseguido nunca ser un escritor de best-sellers si no fuera por la traducción. Pero ése no es el tema que me interesa. Yo, cuando leo algo de Haruki Murakami, pienso que sus obras están muy occidentalizadas; no hay que olvidar tantas de las diferencias que existen entre Occidente y Japón y, sin embargo, siempre tengo la sensación de estar leyendo un japonés que habita en Europa o un europeo con un estilo ligero y suave. Mi pregunta es: ¿se ha desprendido Murakami de sus orígenes literarios japoneses y ha decidido demostrar su influencia occidental o bien su traducción ha sido adaptada a occidente para que pueda ser mejor entendida, mejor leída y llegue a tener un gran número de ventas aquí? Me pregunto, en este caso, ¿quién será el héroe a quien hay que agradecer (o maldecir, depende de los gustos) esta lectura, a Murakami o a su traductora Lourdes Porta? En el fondo, creo que la traducción siempre será esclava de algún ente superior, en este caso, ya no es tanto sombra de los estudios de literatura comparada como de las grandes empresas editoriales, pero éste es otro tema, en realidad.

En el texto de Lefevere se extrae cierta información interesante sobre las concepciones que tienen Ezra Pound y Walter Benjamín sobre la traducción. Estos dos autores le confieren a la traducción la posibilidad de renovar u otorgar una nueva vida a los originales. De una traducción, sacamos una obra nueva, capaz de ejercer influencia en muchos niveles. Así lo dice Lefevere: «Pound argumenta convincentemente que las traducciones que ocupan el lugar de las obras literarias en la literatura receptora pueden desempeñar un papel importante en aquella literatura y convencer a otros escritores para que escriban de modo similar».[6] En esta idea, vemos a la traducción como una semilla, dadora de vida. La figura del traductor, así, ha evolucionado hasta tener un cierto poder, el poder de hacer que los textos pervivan y de hacer que los textos existan en cuanto son traducidos. Un texto que no es traducido para que otros países puedan disfrutarlo es un texto que no va a pervivir. Todos necesitamos saber que cierto autor escribió este determinado texto, para poder hablar de un héroe. Ahora este héroe puede ser el traductor porque éste es tan influyente como el mismo autor.




Bibliografía

CARROLL, Lewis, Alice’s Adventures in Wonderland and Through the Looking Glass. Oxford Word’s Classics: New York, 1998
CAROLL, Lewis, Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo. Cátedra: Madrid, 2008
CARROLL, Lewis, «Prólogo» de Leopoldo Mª Panero en Matemática demente. Tusquets: Barcelona, 2006
LEFEVERE, André, «La traducción: las categorías»
LEFEVERE, André, «Introduction: Comparative Literature and Translation», Comparative Literature, 47 (1995), 1-10. Traducción de N. Carbonell. Texto procedente de María José Vega y Neus Carbonell (eds.), La literatura comparada: principios y métodos. Madrid: Gredos, 1998
PAZ, Octavio, Traducción: literatura y literalidad. Tusquets: Barcelona, 1971










[1] LEFEVERE, André, «Introduction: Comparative Literature and Translation», Comparative Literature, 47 (1995), 1-10. Traducción de N. Carbonell. Texto procedente de María José Vega y Neus Carbonell (eds.), La literatura comparada: principios y métodos. Madrid: Gredos, 1998.
[2] LEFEVERE, André, «La traducción: las categorías»
[3] LEFEVERE, André, «La traducción: las categorías»
[4] PAZ, Octavio, Traducción: literatura y literalidad. Tusquets: Barcelona, 1971. Pg. 10
[5] CARROLL, Lewis, «Prólogo» de Leopoldo Mª Panero en Matemática demente. Tusquets: Barcelona, 2006. Pg. 19
[6] Ídem

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